Gutier, Tomás
Ruiz Romero, Manuel
Editorial: Ediciones Alcor
Número de páginas: 220 págs.
Fecha de edición: 01-03-2013
EAN: 9788494052712
ISBN: 978-84-940527-1-2
Precio (sin IVA): 19,23 €
Precio (IVA incluído): 20,00 €
Si el 28F no se entiende sin el 4D, la particular Transición andaluza al autogobierno resulta de imposible comprensión sin la presencia del andalucismo político como formación que -por aquel entonces- supo rentabilizar de forma más singular aquellas movilizaciones protonacionalistas.
En la medida que la Transición en Andalucía no será completa hasta el relevo normalizado del partido que hasta ahora viene sustentando el poder; bien pudiera parecer que el andalucismo ha sido más un fenómeno puntual, propio de esos “episodios epilépticos” con los que Pedro Vallina, citando a Salvochea, describía las reacciones sociales de este pueblo. Sin embargo, en la tesitura que nos disponemos a vivir en este ruedo ibérico, el nacionalismo andaluz se hace más necesario que nunca. Frente a al añejo recentralismo que ahora se justifica por ajustes ante una crisis impuesta, tras las llamadas secesionistas de otros territorios, con la resurrección intencionada del Franquismo sociológico del que ya nos advirtió José Aumente, y ante el hipotético escenario de un autonomismo/federalismo asimétrico: Andalucía debe tener voz y voto. Ahora, más que nunca, existe y debe decidir.
Y en ese más que probable escenario, el nacionalismo andaluz -más allá de unas siglas- se presenta debilitado e incapaz de defender un autogobierno antaño visualizado como la más completa de las estrategias a la hora de profundizar en la democracia, conquistar libertades y derechos sociales, así como avanzar hacia el progreso económico. Hoy Andalucía es bien distinta y, paradójicamente, la defensa de nuestra identidad como justificación primera de nuestra autonomía alcanza las cuotas más bajas en los baremos de las diferentes encuestas.
Aquel 4 de diciembre, fatídico día para Manuel José García Caparrós en circunstancias aún no aclaradas, aunque esperanzador para el pueblo andaluz, nació de la sociedad civil un impulso de futuro que forzó a la izquierda tradicional a tomarse en serio las aspiraciones de toda una nación. Sin embargo, conradicciones de la vida, el partido que más ha dado la espalda a los andaluces; es más, el que ha procedido sistemáticamente a desactivar y destruir aquella incipiente conciencia nacionalista, pudiera ahora rentabilizar electoralmente las movilizaciones que se adivinan para dentro de dos meses. Cuarenta años más de melancolía y desesperación.
Nos pareció que, con la conquista de un autogobierno por la vía del artículo 151 de la Carta Magna, todo se había solucionado. Lejos de esta simple percepción, el primer orden competencial alcanzado por derecho propio, aún tras el fracaso legal del 28F, ha servido principalmente a intereses de partidos cuando no como fuerza centrípeta que nos convierte en la “más España de las Españas”. A estas alturas de democracia, si alguna vez hubo café para todos, no cabe duda que a Andalucía, después de aquella LOAPA anticonstitucional pactada entre UCD y PSOE, le tocó el descafeinado y ahora, cuarenta años después, la zurrapa de aquellas ilusiones.
En la medida que muchos andaluces no perciben hoy su autonomía como necesaria, se manifiesta el fracaso de un estatus político de nacionalidad histórica, convertida en una mera descentralización administrativa más preocupada en crear órganos consultivos de dudosa objetividad y utilidad, que en desarrollar el Estatuto y reivindicar las señas de identidad que justificaron en su origen el Estado de las Autonomías.
Andalucía existe y es un reto, un compromiso y un marco de lucha y solidaridad aún a sabiendas que el terreno de juego desborda sus ocho territorios. Sin embargo, desde la defensa del estado social y del bienestar, de las libertades y de las conquistas autonómicas, Andalucía renace como sujeto político y tras él, el andalucismo tiene la obligación vital, al menos, no sólo de seguir existiendo, sino de visualizarse como una ideología que, más allá de unas siglas u otras, es capaz de aportar alternativas en este instante fundamental donde es necesario poner de nuevo en valor nuestra autonomía. Tras las elecciones y posteriores referéndums en las tres comunidades históricas del norte, no sólo Andalucía ha de jugar un papel diferenciado, sino que es ahí donde el andalucismo debe contribuir al crecimiento de la conciencia identitaria y socio política desde el horizonte de un Estado federal que reactive un aletargado Estado de las Autonomías.
Sin nacionalismo andaluz nuestra identidad carece de contenido real para un autogobierno que quedaría reducido a la mera emocionalidad de sus símbolos y a la burocracia estragada de los despachos. En esta crisis de Estado y con las imposiciones de los inidentificables mercados, Andalucía debe sentirse sujeto político en pie de igualdad en el concierto mundial, europeo e Ibérico. En este trascendente debate que nos ocupa, los andaluces debemos ofrecer respuestas andaluzas… y en andaluz.