Letamendia Belzunce, Francisco
Editorial: Universidad del País Vasco
Colección: Ikertuz
Número de páginas: 584 págs. 22.5 x 16.0 cm
Fecha de edición: 21-04-2022
EAN: 9788413193908
ISBN: 978-84-1319-390-8
EAN: 9788490827741 (o.c.)
ISBN: 978-84-9082-774-1 (o.c.)
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Si el siglo XIX fue hijo de la Revolución Francesa, también lo fue del descubrimiento decepcionante de que el sueño rousseauniano de libertad, igualdad y fraternidad podía convertirse en la pesadilla de la represión impuesta por un centro de poder supuestamente omnisciente. El triunfo y caída de Napoleón, a partes iguales ilustrado, émulo de la Revolución y epígono de Carlomagno, fue el primer ejemplo de lo dicho.
La Revolución Industrial inglesa trajo consigo la creación de hombres prácticos propietarios de una única mercancía: su fuerza de trabajo. Milagrosa mercancía pues, contrariamente a todas las demás, creaba valor que quedaba en manos de los capitalistas en vez de en las del propio trabajador. Estos astutos “entrepreneurs” llenaron los campos y afueras urbanas de hilanderías que habían conciliado su producción mecanizada con la actividad manual de sus operarios y operarias; mientras que con sus locomotoras y barcos de vapor hacían de Inglaterra la reina de los mares durante todo el siglo.
La expansión de la voluntad napoleónica de creación de estados satélites provocó la reacción de la anti-ilustrada y anti-revolucionaria Santa Alianza, con su base en el centro y el este europeo. También inició la lucha despiadada a lo largo del siglo entre los estados candidatos a nuevos imperios, la cual, iniciada por su sobrino Luis Bonaparte, estallará trágicamente en la Primera Guerra Mundial.
El Neoclasicismo y el Romanticismo se repartieron el mercado artístico. Goya penetra en las cavernas de la modernidad y Fuseli y Blake despliegan sus pesadillas oníricas. El romanticismo orientalizante de Delacroix mantuvo el tipo, mientras que la arquitectura, carente de toda originalidad, multiplicaba los pastiches neogóticos y neoclásicos.
Pero fue éste el siglo de los grandes novelistas, quienes retrataron sin piedad la comedia humana de la nueva sociedad burguesa: Stendhal y Balzac en Francia, Dickens y Thackeray en Inglaterra, precedidos por Walter Scott, Víctor Hugo, Manzoni y los grandes novelistas del siglo del historicismo. El marqués de Sade sacaba mientras tanto a la luz los inquietantes residuos de la Ilustración, y Goethe concluía su periplo con un segundo Fausto ganado a los negocios.
En el terreno de la ciencia, donde no había comenzado aún la institucionalización científica alemana, francotiradores como Dalton y Faraday ponían sin apenas medios las bases de una nueva ciencia basada en la energía. Mientras que el genio de Kant seguía respaldando con su prestigio a Rousseau en medio del terror, el sistema hegeliano convirtió en sistema la dialéctica como oposición de contrarios, lo cual definía la naturaleza del nuevo mundo capitalista. Hasta que llegó Marx, el cual adoptó el principio de la dialéctica, aunque en sentido contrario y anticapitalista.
En el campo musical, el genio de Beethoven liberó a la música de su sumisión a la élite cortesana, e hizo de cada una de sus sinfonías un manifiesto a favor del mundo anunciado por la Revolución Francesa. Le siguieron Mendelssohn, Schubert, Berlioz, Liszt... Pero pronto sus seguidores románticos descendieron al estatus de embellecedores de los salones burgueses. Ello duró hasta la aparición de los cantores de la estatalidad italiana y alemana que fueron Verdi y Wagner.