Editorial: Vision Libros
Número de páginas: 590 págs. 25.0 x 18.0 cm
Fecha de edición: 01-02-2010
EAN: 9788498867954
ISBN: 978-84-9886-795-4
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Precio (IVA incluído): 41,00 €
La fuerza está considerada como una de las cualidades motrices básicas, pues no en vano es el elemento esencial en todas las formas de movimiento humano, ya sea coger un bolígrafo, conducir un coche o levantar pesos colosales. Sin fuerza, estas acciones, o cualquier otra, serían imposibles de realizar. Un detalle que nos sirve para incidir un poco más en el tema, es que la primera recomendación que hacen los médicos a un paciente que haya sufrido una operación que afecte al sistema locomotor, y una vez que ha recuperado cierto grado de movilidad, es que gane fuerza. Sin el grado suficiente de ella en las extremidades inferiores, caderas y sección media no puede haber movimiento.
Pero a pesar de que todo esto es harto conocido, hasta hace no demasiado tiempo, apenas dos décadas, el entrenamiento específico de la fuerza entre los deportistas estaba relegado a un segundo plano. Prejuicios absurdos asentados en el desconocimiento, concepciones erróneas o mitos que nada tenían que ver con lo científico eran la causa de esto.
A finales del siglo XIX el canadiense Louis Cyr estaba considerado como el hombre más fuerte del mundo. A sus espectáculos acudían miles de espectadores, pero Cyr no era famoso sólo por sus fenomenales exhibiciones de fuerza, sino también por su descomunal tamaño. Su peso corporal rondaba los 140 kilos, lo que daba pie a los detractores del entrenamiento con sobrecargas para atacarle continuamente. Se ponía como ejemplo a los caballos de raza purasangre, alegando que eran los más atléticos de entonces tanto por su agilidad y explosividad, como por su velocidad en carrera. Eran comparados con “los grandes y musculares caballos de tiro”, que “tenían una gran fuerza de arrastre, pero eran mucho más lentos y menos ágiles que sus homólogos más pequeños. Tal corriente de opinión tuvo gran efecto en el público en general porque todo el mundo estaba familiarizado con las habilidades de los caballos y las características de las diferentes razas”. De nada servía que otros forzudos de la época asegurasen que el entrenamiento con pesas ayudaba a mejorar la velocidad. Hubieron de pasar muchos años hasta que se pudo demostrar de modo absolutamente irrefutable que los halterófilos eran los deportistas más rápidos de todos los que participaban en los Juegos Olímpicos. Y aún así todavía quedaron reticentes.
Contemplada desde el punto de vista deportivo, la fuerza es una de las variables que más afecta al rendimiento. En la actualidad son contados los deportes en los que sus competidores no llevan a cabo un sistemático y riguroso entrenamiento de fuerza aplicado a su especialidad. Esto es, sin duda, uno de los principales motivos del enorme incremento que han experimentado los registros. Paradójicamente, es en estos momentos cuando los deportes que pueden ser calificados “de fuerza” (levantamientos, lanzamientos) están atravesando sus cotas de popularidad más bajas. No es fácil encontrar razones que justifiquen esto, aunque bien pueden encontrarse en “la pérdida de valor que tiene la fuerza física en la actualidad, tanto en el mundo rural como en el urbano. Esto es porque la fuerza humana ha sido sustituida por la de las máquinas y, por tanto, no supone una forma de ganar estatus ante el resto de la comunidad”.
Sin embargo, la fuerza ha sido siempre una cualidad muy apreciada por los pueblos. Las referencias a ello son múltiples y no hay que esforzarse mucho para encontrarlas. Las tenemos en los relatos mitológicos (los trabajos de Hércules) y en la Biblia (las hazañas de Sansón). También hay héroes en los antiguos Juegos Olímpicos cuyo éxito residía en una fuerza física fuera de lo común; tal es el caso de Milón de Crotona. De épocas más recientes, finales del siglo XIX y principios del siglo XX, nos llegan las noticias de hombres como el mencionado Louis Cyr, u otros como Frederick Müller (más conocido como “Eugen Sandow)” o Arthur Saxon, quienes llenaban teatros y salas de fiestas de espectadores deseosos de contemplar sus proezas. Entre ellas se incluían gestos aparentemente imposibles para un hombre, como impedir exclusivamente con los brazos el galope de dos potentes caballos percherones o soportar sobre el abdomen, haciendo de “puente humano”, el paso de un automóvil cargado de personas.
También encontramos buenos ejemplos de esta alta estima en que los pueblos tienen a la fuerza en los juegos y deportes tradicionales practicados en diferentes países del mundo. Los encuentros de “Highland Games” escoceses están entre los más conocidos. Hay en ellos diferentes tipos de lanzamientos con implementos muy diversos, que van desde troncos de árbol a piedras, pasando por martillos y artilugios de diferentes tamaños y pesos. Los levantamientos también son una parte principal del espectáculo, con variaciones según la zona y las reglas con las que se regulen estas reuniones. En otros países las piedras son el móvil principal de las pruebas que se hacen en estos festivales. Su levantamiento, lanzamiento o transporte mueve a la competición a naturales de Finlandia, Suiza o Hawai.