Dulce es la niña como la carne de caza

Otero, Alicia

Una mujer escribe a la luz blanquecina de un portátil. El flash luminoso de la pantalla le ha secado los ojos, la piel, las mucosas cerebrales y, vaciados todos sus líquidos, el cuerpo yace arrugado sobre las sábanas. Como las sábanas de la cama deshecha, el cuerpo se retuerce en sinuosas formas, haciendo el dibujo de las olas del mar. Nada puede anular su peso, su caída pero, de algún modo, la Palabra lo salva: lo vuelve leve. Escribe escribe escribe. Y el cuerpo, uno con la cama, con las olas, con los ciervos sin astas, deja de doler, deja de sangrar. Quizás en medio de una cama azul, cuando la pantalla se apague, pueda, por fin, descansar.