El cielo está demasiado bajo

Shalom, Ariel

Cuentos. El primer libro de Ariel Shalom reúne cuatro historias narradas por un mismo personaje desde el fin de su infancia hasta la juventud.
Este es un libro iniciático en al menos dos sentidos: por un lado, significa el debut de su autor; por el otro, se construye a partir de una serie de relatos de años marcados por el despertar sexual y las decepciones. A diferencia de otras escrituras inmediatas demasiado pegadas a la realidad, la prosa de Ariel Shalom se muestra depurada y madura. Su realismo, identificable en las marcas de los últimos 90 y principios de los 2000, nunca pierde de vista su objetivo primordial: contar historias con clima, tensión y sutileza. Resulta interesante que un libro anclado en los suburbios bonaerenses centre la acción de su primer cuento en París. Aquí se presenta el primer giro valioso en términos narrativos: la toma de distancia. Cuando suponemos que el relato se situará en un kiosco frente a la General Paz donde trabaja Gabriel (el protagonista), un dinero ganado en la quiniela le permite viajar a París. Allí se aloja en un altillo alquilado por Piero Moroni, un napolitano fanfarrón que le da techo y comida a cambio de un trabajo ridículo: confeccionar y vender muñecos de papel vestidos de presidiarios. A poco de comenzada esta historia, entendemos que los márgenes no son algo exclusivo de Buenos Aires.

El segundo cuento, “Groi, el rey de los judíos”, se adentra en el universo de una radio barrial que relata los partidos de Almagro. Su manager es un tal Peñalosa, de quien se nos dice: “Puso un maxikiosco (le fue mal), manejó remises (le fue peor), trajo gorras y vinchas de contrabando de Brasil (ahí repuntó hasta que el negocio no dio para más)...”. Un personaje arquetípico que ve morir sus proyectos tan rápido como crecen los yuyos en las veredas porteñas. El protagonista desea relatar a Almagro, pero para eso debe sacarse de encima a Groi. En “La redención”, Gabriel, a punto de terminar la secundaria, frecuenta baños de boliches junto a su amigo Rubén. Comparten el hábito de romper inodoros a patadas. Pero algo sale mal y van presos, aunque por poco tiempo. En este relato se encuentran los mejores pasajes de densidad dramática. Mientras Rubén empieza a enloquecer y abandona su casa para vivir en la calle, Gabriel sólo está preocupado por debutar con quien sea.

El último cuento es una radiografía de los últimos 90, cuando cerraban las fábricas, los paddles y los parri-pollos. El padre de Gabriel sueña con recuperarse de la inminente quiebra de su fábrica de corpiños inventando una máquina para desagotar cloacas “sin olores ni suciedad”. Pero lo sucio está en el núcleo de la familia, esa nube que parece encapotar a sus personajes, estén donde estén.