La balada del infinito

Reche Lillo, Cristian

Apoyado en el cristal de la puerta, fumaba y miraba al cielo.
Soñaba o pensaba en absurdos que, al caso, venía a ser lo mismo. Las nubes allá arriba se mofaban de los ridículos intentos por fingir que todo iba bien, que no pasaba nada, que el mundo marchaba como tocaba. Venga, les gritaba mudo Tristán, soltad la tormenta. Dejad que arremeta. Que el aguacero diluya nuestro barro. Venga, no os acobardéis. Soltadlo todo.
El leve retumbar de un trueno lejano le sirvió como una señal. Lanzó la colilla por los aires, en claro desafío a las alturas. Luego dio media vuelta y se internó en aquel pasillo oculto a los ojos del mundo, donde el hedor a desinfectante le revolvía las tripas