Editorial: Lastura
Colección: Alcalima ; 77
Número de páginas: 98 págs. 21.0 x 14.8 cm
Fecha de edición: 01-03-2017
EAN: 9788494683213
ISBN: 978-84-946832-1-3
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Hubo un tiempo en que las horas no eran un número: cada una tenía su nombre. Y, si seguimos a Borges cuando afirma que “el nombre es arquetipo de la cosa”, el que cada hora tenga su nombre le otorga una personalidad que la distingue de las demás. Hubo un tiempo en que una hora no era un instante preciso establecido con exactitud por complejos procedimientos geoastronómicos; sino un territorio difuso, flexible, fijado con criterios tan elásticos como la sombra proyectada por el sol, los momentos de comer o dormir, o el puro cálculo intuitivo del encargado de tocar las campanas. Las horas, así contadas, se humanizan. No es el hombre el que obedece a lo que Cortázar llamó “la obsesión de atender a la hora exacta”, sino que es el tiempo el que se adapta a los ritmos fluidos de cada comunidad. En la Edad Media, cuando la vida del hombre giraba en torno a las iglesias, cada hora estaba asociada a unas oraciones. Y era frecuente que aquellos que se lo podían permitir –generalmente las clases nobles– encargasen Libros de Horas, en los que se recogían las oraciones que había que rezar en cada momento del día. Dichos libros (que solían estar profusamente ilustrados con bellas miniaturas) se usaban para el rezo privado de su propietario y, como se hacían por encargo, contenían los textos sagrados y las devociones preferidas por cada uno. Cada Libro de Horas era reflejo de la espiritualidad personal de su propietario. A veces hay que parar y mirar dentro, a ver qué sucede hora tras hora