Maestra nómada

Gómez Rodríguez, Esther

Cuando eres maestra tu año se cierra, con suerte, en junio. Se apaga cuando bajas las ventanas de tu clase y vas sintiendo que la vida que esas cuatro paredes tenían cada mañana se han convertido en recuerdos. Sin casi darte cuenta, te recuerdas riendo, bailando, cantando, aprendiendo con tus niños y tus niñas (porque ya tienen para siempre una parte de ti); y es inevitable que alguna lágrima caiga y le sucedan otras cuantas. Y lo es aún más cuando vives a 500 km de los que hasta hoy han sido tu familia entre semana. Ellos, tus peques, tus 18 razones para echarle ovarios a la vida pase lo que pase fuera del cole.
Así, con la nostalgia en la mochila, subes la escalera y firmas casi por última vez que has estado ahí otro día más, aunque ya no sea otro día más. Y es cuando te cruzas con los ojos cómplices que todos estos días han sido apoyo, tus compañeros y compañeras, algunos ya amigos, cuando sientes la distancia por primera vez en dirección contraria.
Y sabiendo que el tiempo no frena, solo le pides a la vida que no acelere demasiado, para poder tener ya siempre en el retrovisor a todos los que te recordaron un año más que ser MAESTRA es una profesión maravillosa.