Mompou

el eterno recomenzar

Pla i Garrigós, Adolf

Mi encuentro con la música de Frederic Mompou ha sido una de las experiencias más profundas y enriquecedoras de mi vida. Debo admitir que sus obras no me eran conocidas durante mi juventud y que su descubrimiento no fue inmediatamente relevante.
La primera vez que las escuché fue en casa de un amigo catalán, y me cautivaron enseguida por la belleza de su lenguaje musical, por sus sonoridades luminosas y nostálgicas, por su sutil y triste pincelada... Me daba la sensación de estarme purificando interiormente.
Mi amigo, que conoció personalmente a Mompou, me había hablado mucho de su vida y de su personalidad tímida y solitaria, me enviaba grabaciones de vídeo poco conocidas, y así, poco a poco, este personaje se me fue mostrando muy familiar y querido.
Como ser humano, no podía más que inspirar simpatía: su forma de hablar, sus miradas, sus gestos, su forma de tocar el piano...; una apariencia muy humilde y modesta detrás de la cual se apreciaba una personalidad iluminada. Un tiempo más tarde decidí introducir sus piezas en mis programas de concierto. Deseaba así compartir mi amor por esta música con el gran público.
Pero la experiencia más sorprendente y reveladora llegó más adelante, cuando empecé a sumergirme en las profundidades de su Música callada. Es, sin duda, la cumbre de su obra, su opus 111, la música alrededor de la cual discurre toda su vida. Cuanto más me adentro en ella, más me doy cuenta de hasta qué punto se eleva el espíritu de Mompou.
Parece que la música, más que compuesta, ha sido rasgada de la eternidad, que ya existía en las esferas antes y después de la creación del mundo. El compositor simplemente nos da acceso a esta eternidad sonora...