Pero no pasa nada porque ya no existen

Antón, Pepa

Hete aquí, lector, que la novela que tienes en las manos es, en principio, un códice prodigioso; un cúmulo de personajes de intrincada conexión, una poliantea de maravillosas historias, un libro sin trama convencional, un libro de ilación maldita, que con ímpetu sobresaltado nos impele a avanzar a gran velocidad a la búsqueda, a la espera, de qué contendrá un nuevo párrafo, apartado o microcapítulo. En principio, la trama es la no trama, es un continente en el que crecen y se retuercen descripciones de vidas atormentadas, un continente de singulares contornos impregnado de un humor negro y socarrón que marca los compases de un vodevil desaforado. A veces la desgraciada sintaxis, la errónea puntuación, descabalga suntuosos proyectos novelescos; aquí, en este singular volumen, su autora, Pepa Antón, da muestra de un total dominio de los recursos gramaticales convirtiendo la intrincada y churrigueresca historia en un accesible y divertido escenario, un escenario ejemplo perfecto de lo que fue España en una época de la que no se nos da fecha concreta pero de la que aún podemos rastrear reflejos en nuestra vida diaria, aunque se nos diga en el título que no pasa nada porque ya no existen.