Tópica y vida en la poesía áurea

la herencia clásica

Ramajo Caño, Antonio

El poeta de la poesía áurea observa los varios aconteceres vitales. El corazón le impulsa a describir y cantar los gozos y tristezas, suyos y de sus hermanos, los hombres. ¿Cómo cantar un nacimiento? ¿Cómo reflejar el palpitar de los novios en el día de su boda? ¿Cómo plasmar el dulce y tempranísimo amor infantil? El poeta siente y reflexiona. Las pasiones se agitan como el mar. La razón intenta servir de experimentado piloto. Todo lo anotan los versos; todo lo sienten. Quieren calma pero no pueden prescindir de la guerra del amor. La vida transcurre en lugares varios. ¿Cuál será el mejor para vivir? ¿Qué edad aportará más gozos a la persona? El locus, el tempus incitan al poeta a distinguir ventajas y disgustos. La corte se ofrece amenazadora; la paz bucólica del campo atrae con vehemencia. La juventud del puer se ofrece irresistible; la profundidad en la mirada reside, como patrimonio, en el senex. Y la muerte se desliza cotidiana, a veces, entre las flores, como cantó Virgilio. Pero el poeta sabe que su mester, su oficio, no es baladí: en él se esconde la aeternitas. La poesía es arma poderosa para derrotar el embate destructor del tiempo. ¡Por el corazón del poeta transitan tantas ideas y tantos sentimientos! Pero su mente no es virginal: poblada se halla de lecturas miles y de autores escogidos que lo acompañaron desde los años tiernos. El poeta ha ido recogiendo en su vivir y en su leer los poderosos instrumentos de una vieja retórica. La poesía áurea no se entiende sin la huella, hondísima, de una vieja tradición que ha formado a Europa: la grecolatina. Vivir y escribir son caminos paralelos. Pero nos engañaríamos si pensáramos que el segundo es copia fiel del primero. Porque los poetas, lo dijo Solón, mienten con frecuencia.