Velas para el dragón rosado

Ranchal, Miguel (1964- )

¿Qué es más importante, tu país o tu propia hija?
Estas son las dramáticas palabras con las que inicia el discurso más trascendental de su carrera política Guillermo Solerche, decimocuarto Presidente del Gobierno de España desde la instauración del régimen constitucional del 78.
Ocho siglos después, Solerche se enfrenta a una encrucijada similar a la que conoció Guzmán el Bueno, pues un perverso personaje amenaza con asesinar a su hija si consiente la independencia de Cataluña. A partir de ahí, surge una apócrifa historia de España en un futuro no tan pluscuamperfecto. Se narran las vicisitudes de este país a través de cuatro Presidencias del Gobierno, donde los espejos deformados de Max Estrella son sustituidos por táctiles y hologramas, y personajes que trafican con miserias y pequeñas grandezas entroncan, de forma grotesca pero también audaz, con nuestro antiguo esplendor. El mismo Solerche no milita en los Tercios de Flandes, pero sí se enrola con el contingente español en la ratonera afgana, donde se hace un soldado de fortuna. Solerche marca su Presidencia con la cuestión catalana, y con una insólita y desconcertante alianza con la Santa Sede: ahora no se mandan carabelas para descubrir el Nuevo Mundo, sino una nave tripulada por jesuitas para evangelizar la nada. Pero Velas para el Dragón Rosado es mucho más: un inspector de policía que busca por los confines del mundo para conocer la suerte de la hija de Solerche. Una vicepresidenta del Gobierno Catalán que trapacea con los envites del Estado mientras el Honorable sigue en sus fueros internos priorizando la dignidad al cargo; Un juego de misterios a través de la salvaje grabación en un táctil; Una banda de secundarios que, como en las películas de Berlanga, alcanzan más protagonismo que los actores principales.
Velas para el Dragón Rosado comenzó a escribirse en el 2010, meses después de reposar El dedo incorrupto de Nerón y años antes de que la vorágine catalana llegase a estas cimas de desconcierto. Nunca ha pretendido ser una historia oportunista, pero la literatura, como tantas y tantas veces, se vuelve oportuna: la catarsis es casi más antigua que las narraciones de Homero.